jueves, 13 de diciembre de 2007

Alzando el vuelo

Hoy, 13 de diciembre, cumplía años una amiga mía, mis queridos lectores. Como amigos original que soy, le hice en conjunto con otras dos personas un regalo bastante personal de fotos con poemas, una caja pintada a mano y... un relato. Aquí os dejo esa obrita, dedicada a mi buena Patricia. El mini-relato "Alzando el vuelo"










ALZANDO EL VUELO

para Patricia


Caminaba entre las manchas de sol y sombra. Caminaba bajo los resquicios de cielo azul entre la cúpula de hojas. Caminaba viva (¡glorioso privilegio!), pisando el pavimento gris estruendo de asfalto. Por una vez, admiraba la belleza de la luz y del cielo y de las ramas ajenas al mundo.

Entonces lo vio: tan claro como un beso de cuento, tan simple como una canción de cuna. Lo vio entre los coches, la basura, el pavimento, el gris, el apagado tono de los rostros que miraban al suelo. Lo vio levantando la vista al cielo, fragmentado por los edificios y las antenas. Vio claro su mensaje: cantado en la fuente y en el trino, latido en el fondo de su pecho, murmurado con cada respiración. ¿Cómo había permanecido tan ciega?

“¡Álzate!”, le gritaron las palomas mientras volaban formando una escalera; “!álzate niña!”, le insistían las olas en el mar de hojas y de luz acariciante con sus voces de viento. En el fondo de su alma supo que era cierto, que todo era tan sencillo como querer: querer saber alzarse y querer hacerlo. “¡Álzate!”, le instaba en un azul infinito el cielo.

Pensó que allí mismo, en el claroscuro bajo uno de los pocos árboles de la ciudad, se detendría a alzarse: abriría los brazos molestando a los transeúntes y gritaría con todas sus fuerzas. “!Ciegos¡”, cantaría desde las alturas como un ángel de carne, volando en el aire limpio, caminando por las paredes espejadas de rascacielos con corazón podrido.

Entonces verían. Verían cuan ciegos habían estado encerrándose en sí mismos, en sus cajas de hormigón, en sus sueños de rayos catódicos. Por toda la ciudad se extenderían los brazos como alas. Y por toda la ciudad se alzarían mil nuevas almas contemplando, sí, contemplando al fin que la belleza estaba pura, libre e indomable, en el mayor de los latidos y el más pequeño de los cielos.