jueves, 27 de septiembre de 2007

Ulises; de James Joyce




Bueno... dado que es con toda probabilidad uno de los libros que más me está costando de él y que más decidido estoy a terminarme, me parece adecuado haceros aqui una reseña explicando mi opinión sobre el autor y esta, su obra. Empecemos.


A vuestro buen escritor le regalaron un Ulises no hará más que un més. Fue cosa de mi padre, que al ver que el "Retrato del artista adolescente" me había encantado, encontró un ejemplar de la "gran" (en muchos sentidos) obra del autor a un precio irrisorio. Ni corto ni perezoso, bajo el estandarte de que si quiero ser un buen escritor más me vale no acobardarme ante una obra literaria densa, terminé un par de lecturas que tenía planeadas antes y me dispuse a asediar la historia. Sostuve ante mi las 605 páginas de mi edición y tomé aire templando ánimos... Por desgracia, no logré aguantar más que 3 páginas antes de que me llamasen a comer. Ni que decir que no me entretuve ni hice esperar a mi querida familia (al contrario de lo que sucedería con Terry Pratchet entre mis manos).


Tardé un par de días en volver a retomar la lectura. La primera aproximación, qué duda cabe, había sido poco afortunada. Sin embargo, seguía firme en mi propósito... En el segundo intento llegué a terminar el primer capítulo, donde me asombraron maravillas como "Mira el mar -. ¿Qué le importan a él las ofensas?" o la descripción del sueño en que se apareció su madre.


A partir de ese punto, he seguido lento pero seguro en mi lectura... Y a Dios pongo por testigo de que la terminaré. Sin embargo, no se la recomiendo a ningún lector que no esté "muy" interesado en la técnica literaria. A este nivel es muy interesante, una joya con tanto aburrido monólogo interno. Para un estudioso de la época, es un retrato sublime de la ciudad de Dublin y de los personajes, un retrato además carente de hipocresía al estar hecho desde dentro. De cuando en cuando, además, tiene citas sencillamente memorables. Por desgracia, es denso y lento a rabiar. De hecho, me ha hecho llegar a la conclusión de que si alguien tuviese poderes de telepatía, se aburriría infinitamente asistiendo a nuestros monólogos internos.


En fin, no os recomiendo este onanismo mental de un irlandés con demasiada imaginación y aún más tiempo libre. Salvo los casos adecuados, claro está. Además, tampoco estaría de más que le echáseis un tiento y no confiáseis ciegamente en la opinión de este, vuestro escritor. Tras hablar con Aigash y que ella me hablase de cierto tipo de escritura surrealista, me parece obvio que hay cosas más coñazo...


Y si el señor Joyce se remueve en su tumba, que mire al mar. Además, aburrido y malo son adjetivos diferentes.

lunes, 24 de septiembre de 2007

Palabras para la vida



El viernes debí cojer frío y me he pasado todo el fin de semana metido en mi casa, sólo y enfermo. Todavía sigo con el cuerpo en rebelión febril y, como os podéis imaginar, ese tipo de cosas no le ponen a uno de buen humor. Os dejo una de las cosas que he escrito y pensado en medio de la enfermedad:






Palabras para la vida


Si tuviese palabras, vida,
para explicarte qué siento...

Tal vez te hablaría con voz ronca
de la piel ardiente y las entrañas frías,
de las rejas a través del cristal
y de las flores que murieron para siempre.

Tal vez te hablaría con ojos lánguidos
de la dama Desespero y su garfio,
de su beso como profundo océano
que queda cuando termina la risa.

Si tuviese palabras, vida,
para explicarte qué pienso...

Tal vez te hablaría con voz ronca
de los recuerdos de alguien que demostró no existir,
de años sacrificados en un altar vacío,
de frases derramadas y lágrimas en cáliz.

Tal vez te hablaría con ojos lánguidos
de "ojalás" que rasgan como alambre de espino,
de "si tan solos" asfixiantes como hiedras,
de símbolos de esperanza erigidos sin fe.

Si tuviese palabras, vida,
para explicarme por entero...

Tal vez tendrías piedad, vida,
y me darías latidos donde ocultarme
del sonido de las noches silenciosas
y aparecería un sentido a mi puerta.

Tal vez tendrías piedad, vida,
y mi borrarías sin ningún ruido,
calmado y leve, como entrando en un sueño,
y me desvanecería en negro sobre negro.

. . .

Pero me temo, vida, que sólo soy un hombre...
Y no tengo ni palabras ni coraje.




miércoles, 19 de septiembre de 2007

La Razón

Bien, mis sufridos lectores, dado que lo prometido es deuda, hoy toca que os haga aguantar mis reflexiones sobre la razón y el raciocinio así como nuestra querida ciencia. El que avisa no es traidor: aún estáis a tiempo de cerrar esta página.

La Razón ha sido durante mucho tiempo estandarte de la filosofía occidental. Desde que Descartes hiciese sus “racionales” deducciones, se tuvo a la Razón como algo de poder ilimitado capaz de mostrarnos la Verdad y de comprenderlo Todo. Hoy día la filosofía ha tomado más derroteros de los enumerables, pero la ciencia va aproximadamente en esa onda: mediante distintos métodos intenta alcanzar la comprensión de todo lo que acontece en el universo.

Ahora bien: ¿es la Razón, y por ende la ciencia, tan ilimitada? ¿Es la razón capaz de ahondar en la inspiración, el sentimiento, la fe, la imaginación? La ciencia actual va, o esa impresión le da a este simple escritor, a intentarlo. No es extraño que encontremos noticias sobre avances científicos donde se han ido descubriendo las reacciones químicas (al menos de forma muy generalizada) que producen ciertos sentimientos. Por ejemplo, la segregación de serotonina sabemos que está relacionada con el placer, el humor y el bienestar. También es bastante conocido cómo según ciertas investigaciones, el enamoramiento solo dura, químicamente, un máximo de unos meses (si mal no recuerdo, no llegaba a superar el medio año).

¿Debe la ciencia ahondar a fondo en todas esas ideas? Por supuesto, saber que x segregación coincide con la felicidad, el placer o lo que toque no nos convierte automáticamente en máquinas pero… ¿Qué hay del riesgo de que lleguemos a descubrirlo del todo? ¿Y si con nuestra razón y nuestras herramientas racionales descubrimos el funcionamiento de las emociones a la perfección, como simples reacciones químicas? Tendríamos entonces la certeza de ser unas marionetas, simples muñecos de trapo en manos de la química, física y biología. Dejaríamos de ser humanos. O mejor dicho, seríamos unos humanos totalmente desencantados.

Tal vez, por supuesto, esto sean cábalas sin sentido. Según prefiero creer, nuestra “humanidad” estará fuera del alcance de todas las herramientas… La inspiración, la catarsis, la imaginación, las esperanzas, la fe o el amor tendrían entonces sus reflejos químicos, pero no estarían necesariamente atados a ellos.

En caso de que no sea así, más le valdría a la ciencia contenerse. No se puede dejar que se investigue sin limitaciones y sin cuidado, sin sopesar cuidadosamente la ética de cada acción pues no sabemos hasta que punto el saber puede destruirnos. Si un servidor fuese científico y descubriese la clave de los sentimientos, la enterraría a más profundidad de la que la encontró y se suicidaría. La alternativa sería hacer que la mayoría de existencias perdiesen mucho sentido. ¿Es aceptable vivir en la falsedad? Bueno, más vale vivir con un sentido inventado que suicidarse ante la falta de este. El hecho de que algo no sea real no significa que no exista ni que no pueda enriquecer nuestras vidas.

Por supuesto, no quiero decir con esto que tengamos que rechazar de pleno nuestra lógica o nuestra ciencia. Al fin y al cabo, la ciencia nos ha dado mucho (y no voy a ponerme a enumerar) y la razón ha permitido un gran avance en nuestros pensamientos… Pero el Universo, en base a la física, es un lugar muy frío al que nada importa sus pobres criaturas conscientes. Más nos vale colorearlo. ¿A costa de no conocer la Verdad? Bueno, es un precio bajo por conservar la humanidad.


viernes, 14 de septiembre de 2007

El sueño de Irene

Buscando en el baúl de los recuerdos... He encontrado uno de los primeros relatos que escribí en plan serio. Por supuesto, tiene fallos a manos llenas (entre otras cosas, repetición de la palabra "bichos" XD). Sin embargo, es una obra interesante para ver la "evolución" de vuestro humilde escritor. Además, es una historia curiosa... O este simple autor lo ve así. Lo dejo para vuestro disfrute:

EL SUEÑO DE IRENE

El fuego…
El fuego se le clavaba en la carne, en el alma.
Con un ominoso chispazo, las llamas se avivaron, lamiéndole el torso.

-¡Bruja! – gritó una voz ronca que se vio coreada por cientos de gritos similares.

El dolor le inundaba cada vez más. Luchaba por mantener la consciencia, por mantenerse erguida ante aquella condena injusta.

“¡Bruja!” el grito se repetía en su mente, quedando como un eco del dolor que ya no sentía. Se iba desvaneciendo cada vez más…

Con un suspiro contenido, Irene abrió los ojos.

El tranquilizador fulgor de su reloj de mesita terminó de desvanecer la desagradable pesadilla. En cuanto se despejó lo suficiente, lo miró y cayó en la cuenta de que casi era la hora de levantarse…

Se estiró un poco y salió de la cama. Se duchó y preparó para un día más de rutina.
Miro de reojo el reloj. Ya iba tarde. Suspiró y, cogiendo su mochila, salió disparada.
En el portal casi atropelló a Luis, que le esperaba con aquella eterna sonrisa de cortesía suya grabada en su blanquecino semblante, fruto de su albinismo. Se miraron un par de segundos. Tras años siendo amigos, se entendían a la perfección e Irene podía leer la prisa en sus ojos descoloridos.

Sin intercambiar más que un leve hola, salieron corriendo hacia el colegio.
Intentaron cruzar la calle, pero no había paso de peatones o semáforo y los coches no cesaban de pasar… uno, dos, tres… ¡ya iban tarde! ¡Necesitaban cruzar! … cuatro, cinco... ¡¿ese coche no habia pasado ya antes?!

Miró a su amigo que tenía el largo pelo blanco revuelto por la carrera y observaba impotente el cruce. Luis suspiró. Tampoco quería llegar tarde. ¿No venía hoy la nueva profesora de informática?

De repente, Luis pareció caer en la cuenta de algo.

-Vamos, por aquí. – le dijo mientras se giraba y salia a la carrera hacia las callejuelas.

Tras un minuto de carrera, Luis se detuvo en un callejón sin salida. Las paredes estaban totalmente pintadas de grafittis de numerosos motivos; árboles, bosques, cielos, mares… y enfrente de ellos, el dibujo de un portalón. Todos ellos estaban maravillosamente pintados, casi se diría que eran reales. Luis acercó su mano al graffiti del portalón y cogió el picaporte. ¿Cómo? ¿No era un simple dibujo en la pared? ¿O era una puerta? Irene estaba paralizada de estupefacción.

-Vamos, vamos… - le insto Luis con una sonrisa. Abrió el portal y, cogiendole de la mano, tiró de ella hacia dentro.

Durante un segundo, Irene dejó de sentir el suelo bajo sus pies, dejó de oler, de ver… solo el contacto de la mano de Luis seguía siendo real. Al segundo siguiente, en menos de lo que tarda un corazón en latir, sintió que sus pies pisaban césped y se sintió deslumbrada por la intensa luz. Miró alrededor. Se encontraba en una especie de jardín de césped en el centro del que se alzaba un sobrio edificio que Irene reconoció como su colegio. Sin darle tiempo a preguntar qué era esto, a preguntar cómo habían llegado allí, Luis salió corriendo hacia el edificio y ella le siguió.

Entraron en un aula con numerosas ventanas y mesas llenas de ordenadores. Todo el mundo estaba sentado ya y una mujer mayor vestida con ropas de múltiples colores hablaba a la clase. Se interrumpió para dejarles pasar y que se sentasen.

- Bueno, para los recién llegados… - comentó mirándoles – nada más que decir que soy la nueva profesora, Doña Carmen… y que empecéis a trabajar con el “Estus Facer”

Irene no le entendió bien. Sonaba a latín…

Luis, tranquilamente, abrió el programa y le miro, esperando que escribiese.
Irene no podía hablar. El latín solo se estudiaba como asignatura optativa, ¿no?

-Desde… ¿desde cuando se habla latín? – pregunto con voz temblorosa.

Luis rió divertido.

-¡Lleva hablándose unos dos mil años, desde que los romanos conquistaron este sitio! – la sonrisa de su amigo se deshizo al contemplar su mirada confusa. – Vamos… ¿no te acuerdas? ¿Rosa, rosae, rosae…?

Irene recordó algo de latín, pero creía que lo habia estudiado como curiosidad…

-Si, si… -comento nada más que para tranquilizarse – es cierto, si…

Irene le empezó a dictar, intentando convencerse a si misma de que lo recordaba, de que sabia que ese era idioma oficial…

Repentinamente, un claro y cristalino sonido rompió su concentración. El sonido también pareció alterar al resto de estudiantes, ya que empezaron a hablar entre si, dejando sus trabajos con la preocupación plasmada en sus rostros.

-¡Tranquilos! – gritó doña Carmen, llamando al orden - ¡relajaos! Es solo una alarma rutinaria… es imposible que esos bichos se acerquen demasiado.

Irene iba a preguntar a que bichos se refería, pero viendo las caras de todos, parecía que lo sabían bien y no quería resaltar de nuevo.

Así pasó el día Irene, sin saber qué hacer, sin saber qué decir, mientras cosas que creía imposibles iban desfilando ante sus ojos. En la clase de historia les hablaron de Cesar y de cómo había rechazado una conspiración de sus amigos gracias a un augur. Según su libro, César logró descubrir el elixir de la vida y aun hoy su consejo era extremadamente valorado. En física, su profesor les habló de las propiedades de absorción de luz del cristal, que permitía usarla mas tarde con algo de concentración… de los ojos de ninfa en química, capaces de hacer a la gente verse más bella. Irene reaccionaba ante aquellas explicaciones cada vez con más confusión, pero intentando no exteriorizarla, no asombrarse ante lo que todos parecían considerar normal. Poco a poco, pareció que su mente “si” recordaba algo de eso, algo aletargado… poco a poco, las conversaciones le sonaban más claras.

Irene se quedó con Luis en la biblioteca haciendo un extraño trabajo de traducción de un texto antiguo, en arameo. Los jóvenes estaban confundidos con una terminación que no se aclaraba.

Con un susurro, una sombra se deslizó desde algún punto del techo hasta los dos estudiantes y lanzó aquellas manos oscuras hacia la garganta de Irene. Un chispazo de luz blanquecina estalló tras de Irene y la sombra se apartó de la joven para enfrentarse al que le habia hecho tanto daño. Irene intentó lanzarle todo lo que tenía a mano. Su lápiz, su estuche… desesperada, sin saber que hacer, solo pensando en salvar a su amigo. Le tiró el antiguo libro que estaban estudiando y se quedó pegado a su espalda. Empezó a salir humo al tiempo que el libro se hundía más y más y el olor de flores secas se extendía por la biblioteca. Al fin, con un chispazo oscuro, la sombra se deshizo y el libro cayó al suelo. Luis, con la faz cerúlea y pinta de estar agotado, miro el libro. Era un tomo antiguo y la portada tenía hermosos grabados en oro.

-Gracias al cielo que nos mandaron traducir ese libraco – comento Luis, con voz débil. – Salgamos de aquí, Irene… no se cómo se han metido esos bichos tan adentro, pero mejor que no nos vuelvan a pillar.

Ambos salieron corriendo hacia el jardín, con las criaturas pisándoles los talones. Luis iba cansado, agotado mientras intentaba seguir el ritmo de su amiga. Su amigo dió un traspiés que le llevó a caerse de bruces. Irene miró hacia atrás. Corriendo, se puso a su lado e intentó ayudarle a levantarse. Sabía que su amigo no iba a poder correr, estaban perdidos… aquellos seres iban a atraparles… la desesperación iba adueñándose de ellos cuando, de repente, un relámpago plateado rugió en la noche y fue a estrellarse contra las sombras. Algo mas adelante, envuelta en una aureola de luz dorada, doña Carmen alzaba los brazos cantando algo inescrutable. Dos cintas de brillante luz se alargaron desde los brazos de la profesora hasta el cúmulo de sombras. Las cintas se ramificaron y atraparon cada una a una sombra. Apretaron cada vez más hasta que las sombras desaparecieron y el olor de flores secas se extendió por el patio.
Doña Carmen se acercó a ellos.

-Malditas criaturas… se habían escapado e intentaron esconderse aquí… - comento con voz cansada. Acto seguido, se giró y se fue a hablar con un grupo de hombres vestidos con un uniforme azul y plateado que habían aparecido. Irene sintió que Luis apoyaba su mano en su hombro.

-Gracias, Irene… - le dijo suavemente – gracias por esperarme. Se acercó a ella para darle un beso en la mejilla, Irene podía sentir su corazón acelerarse, podía sentir la sangre subiendo a su cabeza… y un sonido agudo se introdujo en su mente. El sonido persistió, continuó, alejándole cada vez más de aquel agradable momento.

Un día más, Irene abrió los ojos en su cama… un día de rutina más. Había sido solo un sueño… muy agradable, muy extraño… pero solo un sueño.

Se estiró un poco y salió de la cama. Se duchó y preparó para un día más de rutina.
La cara sonriente y pálida de Luis apareció por la ventana.

-¡Vamos, Irene! ¡Que la escuela esta por encima nuestra! ¡Vamos a llegar tarde!

La chica agarró su mochila y, cogiendo la mano que Luis le tendía, salto al lomo de aquella especie de libélula gigante y escamosa de oro. Luis chasqueo las riendas y la criatura batió rápidamente sus alas mientras se elevaba más y mas, en dirección a una plataforma que flotaba alto, por encima suyo.

Mientras se acurrucaba tras la espalda de su amigo, tanto para protegerse del viento como por gusto, Irene no pudo evitar pensar que la rutina del día a día tampoco era tan aburrida…

miércoles, 12 de septiembre de 2007

La Razón en The Sandman

Hoy me siento un tanto vago y dormido, sin demasiadas ganas de darle vueltas a las cosas y escribir un largo artículo expresando una opinión. Sin embargo, anoche estaba leyendo el tomo de The Sandman "Vidas Breves" y me encontré con unas viñetas bastante interesantes. Ni que decir que esta serie de comics cuenta con mi absoluta recomendación y que la considero una grandisima obra artística, a pesar de lo desprestigiado que está el medio. Aqui las dejo para vuestro disfrute... Algún día haré una reseña más completa de la serie:



lunes, 10 de septiembre de 2007

Preludio: Ojos

Bien, bien... rebuscando entre mis archivos he encontrado el preludio de la que espero que sea mi primera novela. Aún puede considerarse un boceto pero, dado que siempre es bueno alimentar la curiosidad de los lectores, vuestro humilde escritor os lo deja aquí para vuestro disfrute.


PRELUDIO: OJOS

¿Dónde comienzan las historias? ¿Dónde comenzó esta historia?

Doy un tirón intentando deshacerme de los grilletes de mi propia desidia, intentando luchar contra el tiempo y el olvido en busca de una respuesta… Ah, ¡cuán sencillo era romper los enigmas en los viejos tiempos! En aquel entonces, cuando había templos de augures y pitonisas, cuando entre las brumas alucinógenas podía responder, por boca de los hombres, a las dudas sobre su destino. Recuerdo la ágil mente que tenía entonces, la ágil vista. Me recuerdo en mi misma cueva, siempre la misma aún si no siempre en el mismo lugar, sentada y mirando a la negrura con mis ojos ciegos. Las voces que flotaban a mi en busca de consuelo y de respuestas, flotaban a mi con acertijos imposibles sobre su futuro…

Y mi vista volaba. Viajaba hacia el atrás y hacia el ahora, sin dejarse atar por el espacio o el tiempo transcurrido. Volaba buscando causas y efectos, estudiando la cadena e intentando deducir con qué eslabón continuaría. Recuerdo cómo disfrutaba con mi función, lo agradable que resultaba el ejercicio de ir desentrañando esos misterios, desentrañando la verdad del futuro. Entonces podía mandar mis señales como versos extraños, como formas en las vísceras de animales sagrados o el vuelo de las golondrinas… Entonces… Pero comienzo a ponerme sentimental.

Lo peor de los recuerdos es cómo se niegan a dejarme, cómo me impiden concentrarme en el presente. Yo, que antaño desvelaba y deducía el futuro, estoy atrapada ahora en la meditación sobre mi pasado. Cada vez menos creen en los augurios, cada vez me cuesta más mover mi oxidada vista más allá de la ceguera. Supongo que, como debí haber deducido tiempo atrás, estoy muriendo. Poco a poco van desapareciendo mis adivinos, sustituidos por pícaros que no creen en las revelaciones y sólo buscan el beneficio propio de manos de los crédulos. Poco a poco, envejezco en mi cueva, siempre la misma y siempre en distinto lugar.

No debí haberme dejado atrapar hace tanto, pero hay promesas y tradiciones que no puedo dejar de cumplir. Si el vino con una pregunta, yo he de darle una respuesta… Él… Majestuoso y seguro, líder entre líderes. Él, con esa voz capaz de mover montañas o el corazón de los hombres, capaz de amedrentar leones con un gesto de su mano. Él, seguro de ser elegido por cualquier divinidad y de merecer todos los honores... Y también aquel amargado por su propia decadencia, por el inexorable avance del olvido y los cambios. En el fondo, creo que me da pena.

Supongo que debo enfrascarme en la búsqueda de su respuesta, en escudriñar en el agua turbia del pasado. Es una petición inusual, pero así podrá intentar entender las causas. Pobre destronado sin hogar, sin cetro. Pobre…

¿Y por donde comenzar mi búsqueda? ¿Quizás en la Francia del XVIII, con la pobreza, la violencia y la sangre azul, con blancos cuellos cercenados bajo la guillotina? ¿Tal vez debería empezar por la lucha real y la invisible de tantos reyes por mantenerse en el trono? ¿O son los asesinatos de gobernantes escondidos en busca de mayor poder, intentando alzarse vencedor de la carnicería y acabando igualmente viejo y mucho más sólo? Sospecho que el punto álgido son los finales de las grandes Guerras, con un mundo destrozado y tan poca fe restante en el viejo derecho divino. ¿Y hablar de los exiliados y los vacíos y los sustitutos y las novedades? ¿Y hablar de la decisión, del deseo de la muerte gloriosa y la inmolación, de una derrota propia y ajena? ¿Dónde puedo comenzar mi búsqueda?

Tantas preguntas, tan pocas fuerzas para responder. Respiro hondo y deslizo mi visión hacia atrás y hacia delante, meciéndome en ella como si de una cuna se tratase. Rebuscar con unas habilidades oxidadas, deshacerme de las telarañas de mi mente y de los recuerdos que intentan arrastrarme de nuevo al pozo de lo perdido.

Me alzo lentamente, rastreando el pasado. Me alzo de mi asiento y paseo por la pequeña cueva, aún si no soy consciente de mis pasos. ¿Dónde, dónde, dónde? Veo la borrosa Francia y huelo la pólvora y el miedo, y saboreo la sangre de los nobles desde la forma de guillotina, y escucho la ambición palpitando en los pechos de los líderes de aquel tumulto. Oigo los cañonazos, y los pactos y alianzas entre reyes; huelo su miedo. Paseo por los campos de batalla donde se alza triunfante, cubierto de sangre y de poder, ungido por su propia tenacidad. “Dadme más”, grita, “pues yo seré el único que reste”, y su voz es mitad trueno y rugido. Deslizo mi mirada hacia las nacientes esperanzas, las nuevas formas y las ancianas agonizantes. Escucho el amor y el odio, palabras falsas y sinceras, ambición y abnegación entre esa cacofonía de bombas y gritos agónicos por las trincheras de la vieja Europa. Veo el presente. Los jóvenes y los ancianos de la otra cara de lo cierto, los rendidos, los esperanzados, los luchadores… Veo hasta marearme, me sumerjo como una suicida en los vientos del pasado y del presente.

Tras horas o días o eones, me rindo. El comienzo puede estar en cualquier parte del pasado, incluso antes de su nacimiento o del mío. El comienzo puede estar en el presente, en el mentiroso que camina buscando un mesías y la cantante que se esconde y la amante que llora y el rey que planea y la sombra que se odia y el viajero que ama y tantos otros. El principio puede estar en un anciano que nada sabe y nada espera salvo la muerte. Puede que el principio esté en mi misma, viéndoles a todos desde las sombras de mi cueva, siempre la misma pero no siempre en el mismo lugar, y haciendo cábalas sobre cómo se desarrollará la cadena.

-Nada puedo deciros –musito en la oscuridad retirando mis ojos de la marea del tiempo- pues no hay principio sino ciclo. Cada uno intentará seguir su camino y dónde desemboquen todos, sólo el futuro lo sabe.

Dejo mi vista descansar, me permito un rato de absoluta ceguera, de negrura perfecta y eterna frente a mí. Descansar la vista, descansar para siempre. Seguir aletargada mientras el polvo se posa sobre mis ojos ciegos y el tiempo marchita mis músculos…

-Nada puedo responderos- repito en medio de la negrura: una falsa respuesta a una pregunta sin sentido.

El eco de mi voz juguetea por la caverna durante un tiempo. Finalmente, también él acaba por dejarme sola para volver a sumergirme en mis recuerdos.

Ah, cómo añoro los viejos tiempos, las antiguas eras, lo que ya ha pasado. Recuerdo cómo en una ocasión…

domingo, 9 de septiembre de 2007

El efecto mariposa




Llevo un rato ante el ordenador, sin saber exactamente de que me apetecería escribir pero sabiendo que quería escribir algo. Al final, rebuscando entre mis recuerdos, he encontrado una reflexión que quizás os parezca interesante (y en caso contrario, no podéis impedir que la ponga*).


La historia comienza con vuestro humilde escritor caminando y sumido en pensamientos más bien derrotistas y desagradables que no vienen al caso por razones que no vienen al caso. Caminaba por una de las calles de mi ciudad malhumorado y triste. Sobre todo triste.


¿Cuál no sería mi sorpresa cuando apareció de la nada una mariposa? Lo cierto es que contado, no parece tener nada de excepcional. Sin embargo, era la primera vez que encontraba a uno de esos frágiles insectos en esa zona (que no destaca precisamente por la cantidad de parques, sino de polución) y la visión de algo tan inesperado, frágil y bello me distrajo por lo que quedaba de tarde de mi melancolía. Desapareció en seguida, revoloteando y probablemente atontada por el humo de los coches.


Y aqui, de aquí viene mi reflexión de hoy.


La belleza puede asaltarnos en los momentos más inesperados, en los más tristes. Puede estar al doblar una esquina en un graffiti, al alzar la vista al cielo en unas nubes y el fuego del atardecer. Se puede esconder en una melodía que hay suelta por la calle, en el rostro de una persona, en un bebé que al pasar en su carro nos dedica una sonrisa inocente. Sea cual sea la razón, sea cual sea la forma, esta belleza inesperada puede actuar como un bálsamo. ¿Había visto alguien más la mariposa? ¿Importaba? No, lo importante es que yo, allí y en ese momento, me la había encontrado agitando las alas y provocando huracanes.


Así se me calmó la mente y se me escapó una sonrisa. Así pude pasar una tarde agradable, totalmente relajado. ¿Cuántas otras veces (pues no era la primera vez que caminaba por esa calle sumido en el cenagal de mis ideas menos alegres) me perdí otros espectáculos, otros bálsamos, otros pequeños milagros sanadores? Unos días más tarde, probé a levantar la vista y me encontré con que habían florecido las macetas en las farolas. Púrpuras y blancas, las flores se abrían ligeramente por encima de nuestras cabezas derramando su belleza sin pedir nada a cambio. Otra vez me fijé en lo bonito del atardecer entre los altos bloques de pisos, en el reflejo de las nubes en una ventana.


Quizás demasiado a menudo estamos ciegos a los pequeños detalles que nos rodean, a detalles que podrían darnos paz y a quienes no prestamos atención. La vista pasa sin fijarse por el telón de fondo de nuestro día a día e ignora, sin quererlo, las pequeñas diferencias: para bien o para mal. En nuestras ciudades, nos acercamos a la belleza de modo planeado. La buscamos en eventos, en museos, se avisa con antelación. Levantamos los ojos sólo cuando sabemos que habrá fuegos artificiales.


Pero acaso buena parte de la hermosura de esta "belleza imprevista" no reside en que no es buscada, en que la belleza ha venido a ti sin que seas consciente y que la tienes ante tus ojos, abierta, libre. Es entonces cuando sorprende, cuando nos distrae de lamernos las heridas o buscar desafíos. Es un regalo del azar, un milagro agnóstico...


A veces pienso en cómo me gustaría entrar en ese juego, ayudar a otros a encontrarse de repente algo bello del Arte o de la Naturaleza de forma sorprendente. A veces pienso cómo disfrutaría aprendiéndome poemas y declamándolos por la calle a quienes viese con rostro cansado y sin demasiadas prisas; pienso en cuán hermoso sería recitar mis relatos a una audiencia casual y a quienes no conozco de nada.


Por supuesto, sé que es complicado e incluso irrisorio creer que la gente se fijaría en ello sin encontrarlo como una simple curiosidad estúpida. Sin embargo, puede también que un par de personas encontrasen un descanso en sus problemas como yo lo encontré en aquel insecto. Cuán poco nos fijamos en el telón de fondo de nuestro mundo. ¿Cuántas mariposas han pasado por delante de nuestras narices y nuestras mentes ofuscadas? ¿Cuántas veces nos perdemos estas pequeñas exhibiciones?


Ahora, creo que podemos explicar de otra forma el efecto mariposa: "El aleteo de una mariposa en la calle puede desatar cientos de pensamientos y otras formas de ver detalles en la vida". A veces, para encontrar una pequeña alegría basta con alzar la vista al cielo.


jueves, 6 de septiembre de 2007

Lluvia

Este pequeño relato ya lo he colgado por buena parte de la Red, así que no veo por qué no debía compartirlo con los pocos visitantes que pueda tener (sobre todo dado que la mayoría ya lo habrán leído). El relato fue escrito en 1º de bachiller, aproximadamente sobre febrero. Dado que era el año internacional de las familias y que estaba en un colegio católico (y todos sabemos como puede llegar a llenarse la boca hablando de familias) el relato era para un concurso con la Familia como tema. Espero que lo disfrutéis.


Lluvia

Fue duro para el sacerdote darme el pésame. Había asistido a la misa viendo cómo mi mundo se derrumbaba, siendo perfectamente consciente de qué marcaba aquel rito. No había llorado durante todo el oficio, pero ahora sentía la necesidad de desahogarme.

-Lo siento –musitó aquel anciano de cabello cano en un inútil intento de darme consuelo. –Debe haber sido un duro golpe.

Asentí levemente, luchando contra la necesidad de rendirme al llanto. Llevaba el brazo vendado, la única secuela de aquel incidente que me llenaba de tristeza. No podía evitar pensar en mi como culpable. ¿Por qué estaba yo de pie y en su misa mientras ellos yacían enterrados y en sus ataúdes, con los ojos cerrados para siempre? Tan solo una lágrima rodó por mi mejilla, una pequeña muestra del dolor que sentía.

-Gracias -respondía mecánicamente a quienes habían asistido a la misa sin siquiera reparar en sus identidades.

La iglesia estaba fría. Fuera sonaba el martilleo de la lluvia contra el suelo y los coches. Llevaba varios días lloviendo, como yo bien sabía. Tras despedirme de todos y sin tan solo fijarme en la mirada y las palabras que me dirigió la mujer que amo, comencé a caminar hacia el piso de mis padres que se hallaba a pocas manzanas. Fui por el camino más largo, incapaz de evitar los recodos donde anidaban mis recuerdos. Tal vez desease sufrir o quizás, en un vano intento de encontrarles, pasé por los lugares en donde tantas veces habíamos estado juntos. La lluvia caló pronto el fino abrigo y el pelo empapado se me pegaba a la cara. ¿Acaso me preocupaba? Admito que ni mi apariencia ni mi salud me importaban demasiado.

Había sido un instante, en un segundo todo se había derrumbado. Recuerdo a mi padre girándose ligeramente para mirar a mi hermanito; el grito de mi madre, el volantazo con el que él intentó evitar atropellar a algún animal como simple acto reflejo. Había comenzado a llover y el suelo estaba resbaladizo, el tiempo era el culpable de la desgracia.

Antes me había gustado la lluvia. Cuando estábamos de vacaciones en el pueblo y comenzaba a llover, mi padre y yo solíamos enfundarnos en botas y chubasqueros y pasear chapoteando entre charcos, escuchando los truenos. Tras horas riendo a la intemperie, volvíamos para que mi madre nos regañase con fingido enfado y, sonriendo, nos instase a secarnos antes de que pillásemos una pulmonía. Incluso cuando crecí y mi padre comenzó a llevarse a mi hermano, yo también les acompañaba. Jamás enfermé mientras estábamos en el pueblo, jamás la lluvia trajo a mi mente otra cosa que risas y alegrías. Ahora, el sonido del agua cayendo solo me recordaba más el accidente, la pérdida.

Seguía caminando lentamente hacia mi casa, pasando por aquel parque en cuyos bancos me había sentado tantas veces. Las tiendas donde había acompañado a mis padres estaban cerrando sus puertas y por las calles más céntricas de la ciudad se debía estar viendo un mar de paraguas que volvían a su casa tras un día más de trabajo. Yo sólo podía pensar en cómo ellos nunca más volverían a besarse cuando se encontraban a la vuelta.

Me sentía egoísta por estar pisando aquella tierra donde mi hermano no iba a volver a jugar... mi hermano pequeño, ¿qué había sido de él? Creo que se estrelló contra el cristal cuando, por culpa del volantazo nos chocamos contra un coche que venía en el otro sentido. De aquel vehículo solo supe que quienes lo ocupaban habían muerto. Quería saber por qué sobreviví; encontrar una razón para que yo solo tuviese una lesión en el brazo mientras que a ellos les había costado la vida.

Evitar el recuerdo de esos traumáticos acontecimientos resultaba difícil. A mi mente acudía la imagen de la impersonal habitación de hospital donde mi madre terminó de morir, fue la única que agonizó unas horas. En aquel momento aún no había dejado escapar una sola lágrima, como si estuviesen selladas tras mis ojos. En silencio y haciendo caso omiso del dolor de mi brazo, apretaba la mano de mi madre para darle apoyo e intentaba captar sus últimos susurros. Solo cuando ella cerró los ojos pude rendirme al llanto. Hicieron falta dos enfermeras para tumbarme en la camilla y darme un tranquilizante con el que casi me atraganté en medio de mi histeria. Y dormí durante horas, en un sueño sin sueños.

Pensando, crucé la calle hacia el bloque de pisos. En la entrada, unas figuras abrigadas me esperaban con la puerta abierta. Alcé la vista intentado distinguirles con escaso éxito entre el agua y las lágrimas. Una de aquellas personas salió hacia mi y me abrazó bajo la lluvia. Aquel aroma, aquellos cabellos... a pesar de tener la vista nublada, distinguía a mi querida Alba sin problemas. Me abrazó. Me estrechó contra ella intentando compartir mi dolor y darme apoyo.

-Cristina... –susurró, como si en mi nombre cupiesen todas las palabras de consuelo.

Seguí entregada al llanto y ella lloró conmigo bajo la lluvia, observadas por su familia que; incapaces de inmiscuirse en un momento tan íntimo, se mantenían callados y a distancia. Deseaba poder estrecharle y sonreír, poder olvidar en ese momento toda la tristeza y seguir adelante cogida de su mano. Correr con ella bajo la lluvia, besarnos tras el trabajo; cruzar nuestras miradas entre un mar de desconocidos y saber que, pasase lo que pasase, contaba con su apoyo. Quería poder olvidar la pérdida y centrarme en lo que me habían dado, en el ruido de las risas y el brillo de sus ojos. Algún tiempo después, el dolor se atenuó para dar paso a los recuerdos. Aún hoy, cuando pienso en mis padres, en su muerte y en los días que siguieron, los ojos se me llenan de lágrimas. Es entonces cuando Alba suele abrazarme, acariciar mi mejilla y mover los labios; repitiendo silenciosamente las palabras que desde aquel día se convirtieron en nuestro lema. Unas palabras que copié de mis padres, como sus ganas de vivir y su alegría. Palabras que mi madre me dedicó como una bendición, antes de extinguirse y de que su sonrisa se difuminase como el humo entre los recuerdos, sin desaparecer jamás del todo.

Abrazada a la mujer que amo, repetí el último aliento de mi madre, lo que logró susurrarme en la camilla del hospital. Lo murmuré para Alba, para todos mis familiares perdidos, para cada uno de sus familiares que nos observaban y que más tarde serían un apoyo y un consuelo.
-Te quiero.


Como os podéis imaginar, el relato fue censurado (eliminado del concurso antes siquiera de que lo viese el jurado, de hecho). Sin embargo, lo bien que me lo pasé imaginando las caras de los profesores cuando llegasen al final no tiene precio.

miércoles, 5 de septiembre de 2007

Si Dios me obsequiara un trozo de vida

Hoy, rebuscando en la carpeta "poesías y fragmentos" (ajenos todos, por supuesto) para atrapar un precioso poema de Poe con el que me he cruzado en la Red, he encontrado una pequeña redacción maravillosa, enternecedora, vitalista y que, al menos a vuestro humilde escritor, aviva las ganas de vivir (cosa que jamás me viene mal, esté como esté).

Pertenece al famoso y genial Gabriel García Márquez, al que muchos conoceréis por Cien Años de Soledad. Sin más, os dejo con su pequeña despedida:

“Si por un instante Dios se olvidara de que soy una marioneta de trapo y me regalara un trozo de vida, aprovecharía ese tiempo lo más que pudiera”.

Posiblemente no diría todo lo que pienso, pero en definitiva pensaría todo lo que digo.

Daría valor a las cosas, no por lo que valen, sino por lo que significan.

Dormiría poco, soñaría más, entiendo que por cada minuto que cerramos los ojos, perdemos sesenta segundos de luz.
Andaría cuando los demás se detienen, despertaría cuando los demás duermen.

Si Dios me obsequiara un trozo de vida, vestiría sencillo, me tiraría de bruces al sol, dejando descubierto, no solamente mi cuerpo, sino mi alma.

A los hombres les probaría cuán equivocados están al pensar que dejan de enamorarse cuando envejecen, ¡sin saber que envejecen cuando dejan de enamorarse!

A un niño le daría alas, pero le dejaría que él solo aprendiese a volar.

A los viejos les enseñaría que la muerte no llega con la vejez, sino con el olvido.

Tantas cosas he aprendido de ustedes, los hombres... He aprendido que todo el mundo quiere vivir en la cima de la montaña, sin saber que la verdadera felicidad está en la forma de subir la escarpada.

He aprendido que cuando un recién nacido aprieta con su pequeño puño, por primera vez, el dedo de su padre, lo tiene atrapado por siempre.

He aprendido que un hombre sólo tiene derecho a mirar a otro hacia abajo, cuando ha de ayudarle a levantarse.

Son tantas cosas las que he podido aprender de ustedes, pero realmente de mucho no habrán de servir, porque cuando me guarden dentro de esa maleta, infelizmente me estaré muriendo.

Siempre di lo que sientes y haz lo que piensas.

Si supiera que hoy fuera la última vez que te voy a ver dormir, te abrazaría fuertemente y rezaría al Señor para poder ser el guardián de tu alma.

Si supiera que estos son los últimos minutos que te veo diría “te quiero” y no asumiría, tontamente, que ya lo sabes.

Siempre hay un mañana y la vida nos da otra oportunidad para hacer las cosas bien, pero por si me equivoco y hoy es todo lo que nos queda, me gustaría decirte cuanto te quiero, que nunca te olvidaré.

El mañana no le está asegurado a nadie, joven o viejo. Hoy puede ser la última vez que veas a los que amas. Por eso no esperes más, hazlo hoy, ya que si el mañana nunca llega, seguramente lamentarás el día que no tomaste tiempo para una sonrisa, un abrazo, un beso y que estuviste muy ocupado para concederles un último deseo.

Mantén a los que amas cerca de ti, diles al oído lo mucho que los necesitas, quiérelos y trátalos bien, toma tiempo para decirles “lo siento”, “perdóname”, “por favor”, “gracias” y todas las palabras de amor que conoces.

Nadie te recordará por tus pensamientos secretos. Pide al Señor la fuerza y sabiduría para expresarlos. Demuestra a tus amigos y seres queridos cuanto te importan.”




Gabriel García Márquez

martes, 4 de septiembre de 2007

Se abre el telón




Por supuesto, sé que no soy original al utilizar este título para la primera entrada, para la introducción al blog. Bien, que la originalidad se subordine a lo adecuado de la metáfora: se abre el telón.

En este pequeño rincón de la Red, en parte gracias a la insistencia de algunos amigos, espero poder atreverme a colocar mis modestos escritos y mis más o menos acertadas opiniones y reflexiones. Espero que tanto vosotros como yo pasemos un rato agradable... A mi quizás me sirva para desahogarme y dar a conocer un poco más lo que escribo, o quizás solo para revolcarme en mis propios pensamientos con un monólogo igual que podría hacerlo mirando por la ventana. A vosotros quizás os sirva para entreteneros... o como mínimo, para perder el tiempo aguantando mis letras. Disculpas en el segundo de los casos, mis pobres lectores.

Para terminar con esta primera y corta entrada, traduciré el título (pues comprendo que ni todo el mundo sabe latín ni todo el mundo tiene un diccionario a mano). De forma aproximada, puede traducirse como "perdido entre las rutas". Sin embargo, buceando un poco en los significados, se puede llegar más lejos... Especialmente con la palabra principal y mi propio nick: Avius. Este no solo es el adjetivo para alguien perdido o extraviado... sino que también sirve para referirse a lo intransitable, inaccesible.

¿Cuántos de nosotros no sólo nos sentimos a veces distantes, diferentes y "perdidos" entre una mayoría sino que también encontramos difícil abrirnos aún a las personas a las que queremos? ¿Cuántos de nosotros hemos encontrado complicado expresar nuestros pensamientos que consideramos diferentes incluso a la gente que sabemos que puede aceptarlos? El sentimiento de rareza* o de que cierta idea es inadecuada puede impedirnos compartirlo no sólo con quienes lo verían mal, sino incluso con quienes lo aceptarían. Nos pasa a todos, creo yo. En mayor o menor medida.

Es ante esta reflexión cuando el doble significado perdido-inaccesible me parece más interesante.

Itineris, por su parte, significa viaje, ruta, camino, marcha... pero siempre en sentido abstracto. Una vida, unas vidas, unas elecciones y bifurcaciones en el sentido más metafórico de la palabra. ¿Quién no se siente alguna vez inseguro bajo el peso de sus elecciones y su propia humanidad? Bien, a mi me pasa... quizás por eso mismo me apetece compartir mis ideas con quienes quieran escucharlas al más puro estilo (y perdonadme de nuevo el uso de un tópico) del mensaje en una botella.

Bien, explicado el nombre y una reflexión que forma parte de mis favoritas**, no me queda sino hacer una reverencia y despedirme por hoy. Os ruego, mis estimados lectores, que os imaginéis la respetuosa inclinación de este escritor y su invitación a pasar y ser partícipes de lo que haya en su cabeza. Espero no aburriros demasiado.

Avius


*En la opinión de este autor, la normalidad es un mito. Como decía un (¿sabio?) amigo: "todos tenemos nuestras excentricidades; y el que esté libre de estas, que tire el primer limón". Si, yo tampoco le encuentro sentido a lo último.

**De hecho, es más que probable que la volváis a encontrar en otras reflexiones o relatos... El que avisa no es traidor (y por volver a la misma fuente de la cita anterior: "es sólo un cabrón que lo tenía todo planeado").