lunes, 10 de septiembre de 2007

Preludio: Ojos

Bien, bien... rebuscando entre mis archivos he encontrado el preludio de la que espero que sea mi primera novela. Aún puede considerarse un boceto pero, dado que siempre es bueno alimentar la curiosidad de los lectores, vuestro humilde escritor os lo deja aquí para vuestro disfrute.


PRELUDIO: OJOS

¿Dónde comienzan las historias? ¿Dónde comenzó esta historia?

Doy un tirón intentando deshacerme de los grilletes de mi propia desidia, intentando luchar contra el tiempo y el olvido en busca de una respuesta… Ah, ¡cuán sencillo era romper los enigmas en los viejos tiempos! En aquel entonces, cuando había templos de augures y pitonisas, cuando entre las brumas alucinógenas podía responder, por boca de los hombres, a las dudas sobre su destino. Recuerdo la ágil mente que tenía entonces, la ágil vista. Me recuerdo en mi misma cueva, siempre la misma aún si no siempre en el mismo lugar, sentada y mirando a la negrura con mis ojos ciegos. Las voces que flotaban a mi en busca de consuelo y de respuestas, flotaban a mi con acertijos imposibles sobre su futuro…

Y mi vista volaba. Viajaba hacia el atrás y hacia el ahora, sin dejarse atar por el espacio o el tiempo transcurrido. Volaba buscando causas y efectos, estudiando la cadena e intentando deducir con qué eslabón continuaría. Recuerdo cómo disfrutaba con mi función, lo agradable que resultaba el ejercicio de ir desentrañando esos misterios, desentrañando la verdad del futuro. Entonces podía mandar mis señales como versos extraños, como formas en las vísceras de animales sagrados o el vuelo de las golondrinas… Entonces… Pero comienzo a ponerme sentimental.

Lo peor de los recuerdos es cómo se niegan a dejarme, cómo me impiden concentrarme en el presente. Yo, que antaño desvelaba y deducía el futuro, estoy atrapada ahora en la meditación sobre mi pasado. Cada vez menos creen en los augurios, cada vez me cuesta más mover mi oxidada vista más allá de la ceguera. Supongo que, como debí haber deducido tiempo atrás, estoy muriendo. Poco a poco van desapareciendo mis adivinos, sustituidos por pícaros que no creen en las revelaciones y sólo buscan el beneficio propio de manos de los crédulos. Poco a poco, envejezco en mi cueva, siempre la misma y siempre en distinto lugar.

No debí haberme dejado atrapar hace tanto, pero hay promesas y tradiciones que no puedo dejar de cumplir. Si el vino con una pregunta, yo he de darle una respuesta… Él… Majestuoso y seguro, líder entre líderes. Él, con esa voz capaz de mover montañas o el corazón de los hombres, capaz de amedrentar leones con un gesto de su mano. Él, seguro de ser elegido por cualquier divinidad y de merecer todos los honores... Y también aquel amargado por su propia decadencia, por el inexorable avance del olvido y los cambios. En el fondo, creo que me da pena.

Supongo que debo enfrascarme en la búsqueda de su respuesta, en escudriñar en el agua turbia del pasado. Es una petición inusual, pero así podrá intentar entender las causas. Pobre destronado sin hogar, sin cetro. Pobre…

¿Y por donde comenzar mi búsqueda? ¿Quizás en la Francia del XVIII, con la pobreza, la violencia y la sangre azul, con blancos cuellos cercenados bajo la guillotina? ¿Tal vez debería empezar por la lucha real y la invisible de tantos reyes por mantenerse en el trono? ¿O son los asesinatos de gobernantes escondidos en busca de mayor poder, intentando alzarse vencedor de la carnicería y acabando igualmente viejo y mucho más sólo? Sospecho que el punto álgido son los finales de las grandes Guerras, con un mundo destrozado y tan poca fe restante en el viejo derecho divino. ¿Y hablar de los exiliados y los vacíos y los sustitutos y las novedades? ¿Y hablar de la decisión, del deseo de la muerte gloriosa y la inmolación, de una derrota propia y ajena? ¿Dónde puedo comenzar mi búsqueda?

Tantas preguntas, tan pocas fuerzas para responder. Respiro hondo y deslizo mi visión hacia atrás y hacia delante, meciéndome en ella como si de una cuna se tratase. Rebuscar con unas habilidades oxidadas, deshacerme de las telarañas de mi mente y de los recuerdos que intentan arrastrarme de nuevo al pozo de lo perdido.

Me alzo lentamente, rastreando el pasado. Me alzo de mi asiento y paseo por la pequeña cueva, aún si no soy consciente de mis pasos. ¿Dónde, dónde, dónde? Veo la borrosa Francia y huelo la pólvora y el miedo, y saboreo la sangre de los nobles desde la forma de guillotina, y escucho la ambición palpitando en los pechos de los líderes de aquel tumulto. Oigo los cañonazos, y los pactos y alianzas entre reyes; huelo su miedo. Paseo por los campos de batalla donde se alza triunfante, cubierto de sangre y de poder, ungido por su propia tenacidad. “Dadme más”, grita, “pues yo seré el único que reste”, y su voz es mitad trueno y rugido. Deslizo mi mirada hacia las nacientes esperanzas, las nuevas formas y las ancianas agonizantes. Escucho el amor y el odio, palabras falsas y sinceras, ambición y abnegación entre esa cacofonía de bombas y gritos agónicos por las trincheras de la vieja Europa. Veo el presente. Los jóvenes y los ancianos de la otra cara de lo cierto, los rendidos, los esperanzados, los luchadores… Veo hasta marearme, me sumerjo como una suicida en los vientos del pasado y del presente.

Tras horas o días o eones, me rindo. El comienzo puede estar en cualquier parte del pasado, incluso antes de su nacimiento o del mío. El comienzo puede estar en el presente, en el mentiroso que camina buscando un mesías y la cantante que se esconde y la amante que llora y el rey que planea y la sombra que se odia y el viajero que ama y tantos otros. El principio puede estar en un anciano que nada sabe y nada espera salvo la muerte. Puede que el principio esté en mi misma, viéndoles a todos desde las sombras de mi cueva, siempre la misma pero no siempre en el mismo lugar, y haciendo cábalas sobre cómo se desarrollará la cadena.

-Nada puedo deciros –musito en la oscuridad retirando mis ojos de la marea del tiempo- pues no hay principio sino ciclo. Cada uno intentará seguir su camino y dónde desemboquen todos, sólo el futuro lo sabe.

Dejo mi vista descansar, me permito un rato de absoluta ceguera, de negrura perfecta y eterna frente a mí. Descansar la vista, descansar para siempre. Seguir aletargada mientras el polvo se posa sobre mis ojos ciegos y el tiempo marchita mis músculos…

-Nada puedo responderos- repito en medio de la negrura: una falsa respuesta a una pregunta sin sentido.

El eco de mi voz juguetea por la caverna durante un tiempo. Finalmente, también él acaba por dejarme sola para volver a sumergirme en mis recuerdos.

Ah, cómo añoro los viejos tiempos, las antiguas eras, lo que ya ha pasado. Recuerdo cómo en una ocasión…

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