domingo, 6 de julio de 2008

Los ónfalos

No se si os gustará, pero es un relato que hice no hace mucho. La palabra que le da título (ónfalos) significa ombligo en griego y era (según creían) el pedrusco que sustituyó a Zeus en la barriga de su padre. Estaba colocado en Delfos, el punto que consideraban el centro del mundo. Su función, decían, era la de hacer de centro cósmico donde se unían nosequé paranoias del mundo de los vivos y los muertos. Mitologías, ¿son o no son adorables? En fin, espero que lo disfrutéis:

LOS ÓNFALOS

"En este momento, en la Estación del Norte, hay una niña jugando. Aburrida mientras espera a que sus padres terminen algo, gira sobre sí misma mientras sonríe, mientras sonríe y la gente pasa ahogada en su prisa. Gira y gira, y el mundo sigue su curso. Nadie, ni siquiera ella, daría la más mínima importancia a su juego. Todos los que lo hiciesen, los que lo contemplasen como algo sin la más mínima trascendencia, estarían cometiendo un gran error. Si le preguntásemos a esta niña por qué lo hace, suponiendo que le detuviésemos para esto (cosa que podría ser un error), se encogería de hombros: no lo sabe pero lo hace. Gira, gira sobre si misma con los brazos extendidos, y su risa rasga el estruendo de murmullos y maletas.

Ella, inconsciente de su importancia, está sosteniendo el mundo.

No se lo digáis, no le hagáis saber que de su juego depende Todo, que su capricho es la misión más grandiosa que se puede llevar a cabo. Jamás contéis este secreto a los niños: si girasen con una intención, si girasen con razón y sin risas, toda se derrumbaría. Es nuestro secreto, el que de todos modos nadie creería.

Esa niña, con todos los que una u otra vez giran sobre sí mismos ajenos al exterior, es lo que los griegos llamaron “ónfalos”, el Ombligo del Mundo. Son los que lo sustentan todo, el pilar que permite que haya órbitas y gravedades, lo que mantiene en su lugar todas las Leyes descubiertas y por descubrir. Son lo que fue Delfos y su piedra enterrada, la que en tiempos tragó un titán creyendo que era su hijo. Son lo que fue el árbol donde colgó un aesir, como lo fue aquel otro nacido con el único objetivo de dar sombra a una meditación. Son lo que fueron los pedazos de madera donde expiró un buen hombre, son el fuego de las vestales, lo que fueron Jerusalén y la Meca, lo que fue la pequeña urna desconocida en que unos cavernícolas arrojaron sus sueños.

El papel de ónfalos ha cambiado a lo largo de los siglos, ha pasado de objeto en objeto, de acción en acción. Los hombres, de forma inconsciente (o eso prefieren creer los sabios) han estado a punto de destruirlos a menudo. Con cruzadas, con guerras y con talas, han hecho peligrarlo Todo. Antes de la pérdida de ónfalos anteriores, sin embargo, otros actos u objetos han tomado el relevo de forma, quizás, arbitraria. Los intentos de destruirlos suceden aún hoy día, cuando los adultos, irritados, ordenan a un niño que deje de girar y reír. ¿Son conscientes del horror que podrían desencadenar? ¿Saben lo que podría pasar si ningún niño girase y girase sin razón mientras ríe?

Todo se derrumbaría. Se teoriza que no habría ningún ruido, siendo este lo primero en desaparecer. Tampoco importaría: en cuestión de segundos Todo se deshacería de una forma que las palabras no entienden. Sin ruido ni risa ni Verbo que haga la luz, todo se rompería con que durante un solo instante ningún niño sostuviese la Creación. Con ese silencio que a veces precede a grandes ideas, se perderían los mares, las estrellas, las mareas, los nombres y todo lo demás. No habría ni algo ni nada, sino un vórtice de caos y eterno sinsentido.

Pero hoy, ahora, hay una niña en la Estación del Norte que juega a girar sobre sí misma. Es ella, con su risa y su inocencia, disfrutando sin necesidad de razones. Es ella quien sostiene el mundo.

domingo, 11 de mayo de 2008

El mundo, los cuatro elefantas, la tortuga y... el autor


Bueno, siglos hace que no me paso por aquí. Las razones (o excusas) son muchas, variadas y fáciles de inventar, así que lo dejaré a voluntad de mis (entre dos y cuatro) lectores. Pero, ¿acaso hay mejor ocasión para retomar un blog que un homenaje? El pasado 28 de abril, el genio del sombrero vaquero, el genio que creó una de las mejores y más divertidas sagas de "fantasía", cumplió 60 años. Unos meses antes había anunciado que se le había diagnosticado alzheimer, con todo lo que eso conlleva (aunque en su honor he de decir que él dio la noticia con un sentido del humor encomiable). Dado todo lo anterior, este post va dedicado al señor Terry Pratchet, a explicar un poco su figura y su obra y a felicitarle por sus 60 años.

El genio que nos ocupa nació el 28 de abril de 1948, en algún lugar de Inglaterra sobre el que no me he molestado en informarme... Ey, en serio. Os lo juro, parezco un verdadero fan, pero en realidad no me fijo en esos infimos detalles sobre una figura a la que admiro y adoro. ¿No os lo creéis? Ejem, bien, ¿son necesarias las amenazas de violencia para hacerme confesar? ¿Si? Vale, lo admito, nació en Beaconsfield. Sonaba tan ridículo que prefería omitirlo. La cuestión es que en un principio se sintió atraído por el cielo nocturno y quería ser astrónomo. El que tuviese tanta habilidad para las matemáticas como mi mesita de noche (osea: sabía restar, sumar, multiplicar, dividir y hacer ecuaciones de primer grado) le dejó con las ganas. Por supuesto, este frikismo le atrajo irremediablemente a la ciencia ficción.

Trabajó durante un tiempo como periodista (según dice, en su primer trabajo ya tuvo que ver a un muerto... lo que entonces llamaban "adquirir experiencia profesional"). Publicó algunos relatos, pero no fue hasta 1983, con la publicación de El color de la magia que comenzó a plantearse en serio su carrera como escritor. Su siguiente libro (La luz fantástica) se publicó en fascículos... Más o menos por el cuarto libro (Mort) sus ventas habían comenzado a incrementarse sensiblemente. Para cuando quiso darse cuenta, estaba publicando uno o dos libros por año, casado, con hijos y en la lista de los best-seller (sus libros solo fueron desbancados por J.K. Rowling). Un detalle más que puede llamar la atención: sus libros tienen el record de ser los más robados en las librerías de Gran Bretaña. Dice mucho de la naturaleza de sus lectores...

Literariamente, tiene un estilo sencillo y al mismo tiempo original. No usa en casi ninguna de sus obras los capítulos, haciendo de la trama algo continuo. Va saltando de escena en escena, usándolas para aumentar la intriga del lector o simplemente para llevar varias acciones a la vez. Destaca en el sarcasmo, los juegos de palabras y el ingenio. La parodia siempre ha sido uno de sus recursos básicos para divertir. Sus personajes son en muchos casos caricaturas (Cohen de Conan; Leonardo de Quirm de Leonardo Da Vinci; Lord Vetinari de Maquiavelo, al menos en parte...) que resultan fáciles de reconocer. Los países, costumbres y religiones suelen resultar extrapolables, y no es difícil echarse a reir con cómo se ridiculizan casi sin excepción.

En el cuarto de siglo que lleva escribiendo ha publicado 36 novelas. Por supuesto, los editores españoles han destacado por los mejores valores de nuestra raza: la iniciativa de una camella moribunda y la velocidad de mi mesita de noche (si, le tengo cariño y pienso en ella a menudo). En estos momentos, las publicaciones van (aproximadamente) por el 24. Los fans reclamamos sangre o, en su defecto, una traducción más rápida.

Mi favorita de las que he leído y la que no me canso de recomendar es Dioses Menores. Entra en un escenario totalmente nuevo (el reino de Omnia) y, con una trama entretenida y un montón de risas, nos lleva por una serie de reflexiones geniales en torno a la religión y las creencias. Lores y Damas, Mascarada y ¡Voto a bríos! tambien me encantaron... Aunque he de decir que no hay una sola novela que no haya devorado, disfrutado y repetido.

En resumidas cuentas, mis (escasos) lectores... Un autor que os recomiendo sin lugar a dudas.



Y feliz cumpleaños, señor Terry.