jueves, 6 de septiembre de 2007

Lluvia

Este pequeño relato ya lo he colgado por buena parte de la Red, así que no veo por qué no debía compartirlo con los pocos visitantes que pueda tener (sobre todo dado que la mayoría ya lo habrán leído). El relato fue escrito en 1º de bachiller, aproximadamente sobre febrero. Dado que era el año internacional de las familias y que estaba en un colegio católico (y todos sabemos como puede llegar a llenarse la boca hablando de familias) el relato era para un concurso con la Familia como tema. Espero que lo disfrutéis.


Lluvia

Fue duro para el sacerdote darme el pésame. Había asistido a la misa viendo cómo mi mundo se derrumbaba, siendo perfectamente consciente de qué marcaba aquel rito. No había llorado durante todo el oficio, pero ahora sentía la necesidad de desahogarme.

-Lo siento –musitó aquel anciano de cabello cano en un inútil intento de darme consuelo. –Debe haber sido un duro golpe.

Asentí levemente, luchando contra la necesidad de rendirme al llanto. Llevaba el brazo vendado, la única secuela de aquel incidente que me llenaba de tristeza. No podía evitar pensar en mi como culpable. ¿Por qué estaba yo de pie y en su misa mientras ellos yacían enterrados y en sus ataúdes, con los ojos cerrados para siempre? Tan solo una lágrima rodó por mi mejilla, una pequeña muestra del dolor que sentía.

-Gracias -respondía mecánicamente a quienes habían asistido a la misa sin siquiera reparar en sus identidades.

La iglesia estaba fría. Fuera sonaba el martilleo de la lluvia contra el suelo y los coches. Llevaba varios días lloviendo, como yo bien sabía. Tras despedirme de todos y sin tan solo fijarme en la mirada y las palabras que me dirigió la mujer que amo, comencé a caminar hacia el piso de mis padres que se hallaba a pocas manzanas. Fui por el camino más largo, incapaz de evitar los recodos donde anidaban mis recuerdos. Tal vez desease sufrir o quizás, en un vano intento de encontrarles, pasé por los lugares en donde tantas veces habíamos estado juntos. La lluvia caló pronto el fino abrigo y el pelo empapado se me pegaba a la cara. ¿Acaso me preocupaba? Admito que ni mi apariencia ni mi salud me importaban demasiado.

Había sido un instante, en un segundo todo se había derrumbado. Recuerdo a mi padre girándose ligeramente para mirar a mi hermanito; el grito de mi madre, el volantazo con el que él intentó evitar atropellar a algún animal como simple acto reflejo. Había comenzado a llover y el suelo estaba resbaladizo, el tiempo era el culpable de la desgracia.

Antes me había gustado la lluvia. Cuando estábamos de vacaciones en el pueblo y comenzaba a llover, mi padre y yo solíamos enfundarnos en botas y chubasqueros y pasear chapoteando entre charcos, escuchando los truenos. Tras horas riendo a la intemperie, volvíamos para que mi madre nos regañase con fingido enfado y, sonriendo, nos instase a secarnos antes de que pillásemos una pulmonía. Incluso cuando crecí y mi padre comenzó a llevarse a mi hermano, yo también les acompañaba. Jamás enfermé mientras estábamos en el pueblo, jamás la lluvia trajo a mi mente otra cosa que risas y alegrías. Ahora, el sonido del agua cayendo solo me recordaba más el accidente, la pérdida.

Seguía caminando lentamente hacia mi casa, pasando por aquel parque en cuyos bancos me había sentado tantas veces. Las tiendas donde había acompañado a mis padres estaban cerrando sus puertas y por las calles más céntricas de la ciudad se debía estar viendo un mar de paraguas que volvían a su casa tras un día más de trabajo. Yo sólo podía pensar en cómo ellos nunca más volverían a besarse cuando se encontraban a la vuelta.

Me sentía egoísta por estar pisando aquella tierra donde mi hermano no iba a volver a jugar... mi hermano pequeño, ¿qué había sido de él? Creo que se estrelló contra el cristal cuando, por culpa del volantazo nos chocamos contra un coche que venía en el otro sentido. De aquel vehículo solo supe que quienes lo ocupaban habían muerto. Quería saber por qué sobreviví; encontrar una razón para que yo solo tuviese una lesión en el brazo mientras que a ellos les había costado la vida.

Evitar el recuerdo de esos traumáticos acontecimientos resultaba difícil. A mi mente acudía la imagen de la impersonal habitación de hospital donde mi madre terminó de morir, fue la única que agonizó unas horas. En aquel momento aún no había dejado escapar una sola lágrima, como si estuviesen selladas tras mis ojos. En silencio y haciendo caso omiso del dolor de mi brazo, apretaba la mano de mi madre para darle apoyo e intentaba captar sus últimos susurros. Solo cuando ella cerró los ojos pude rendirme al llanto. Hicieron falta dos enfermeras para tumbarme en la camilla y darme un tranquilizante con el que casi me atraganté en medio de mi histeria. Y dormí durante horas, en un sueño sin sueños.

Pensando, crucé la calle hacia el bloque de pisos. En la entrada, unas figuras abrigadas me esperaban con la puerta abierta. Alcé la vista intentado distinguirles con escaso éxito entre el agua y las lágrimas. Una de aquellas personas salió hacia mi y me abrazó bajo la lluvia. Aquel aroma, aquellos cabellos... a pesar de tener la vista nublada, distinguía a mi querida Alba sin problemas. Me abrazó. Me estrechó contra ella intentando compartir mi dolor y darme apoyo.

-Cristina... –susurró, como si en mi nombre cupiesen todas las palabras de consuelo.

Seguí entregada al llanto y ella lloró conmigo bajo la lluvia, observadas por su familia que; incapaces de inmiscuirse en un momento tan íntimo, se mantenían callados y a distancia. Deseaba poder estrecharle y sonreír, poder olvidar en ese momento toda la tristeza y seguir adelante cogida de su mano. Correr con ella bajo la lluvia, besarnos tras el trabajo; cruzar nuestras miradas entre un mar de desconocidos y saber que, pasase lo que pasase, contaba con su apoyo. Quería poder olvidar la pérdida y centrarme en lo que me habían dado, en el ruido de las risas y el brillo de sus ojos. Algún tiempo después, el dolor se atenuó para dar paso a los recuerdos. Aún hoy, cuando pienso en mis padres, en su muerte y en los días que siguieron, los ojos se me llenan de lágrimas. Es entonces cuando Alba suele abrazarme, acariciar mi mejilla y mover los labios; repitiendo silenciosamente las palabras que desde aquel día se convirtieron en nuestro lema. Unas palabras que copié de mis padres, como sus ganas de vivir y su alegría. Palabras que mi madre me dedicó como una bendición, antes de extinguirse y de que su sonrisa se difuminase como el humo entre los recuerdos, sin desaparecer jamás del todo.

Abrazada a la mujer que amo, repetí el último aliento de mi madre, lo que logró susurrarme en la camilla del hospital. Lo murmuré para Alba, para todos mis familiares perdidos, para cada uno de sus familiares que nos observaban y que más tarde serían un apoyo y un consuelo.
-Te quiero.


Como os podéis imaginar, el relato fue censurado (eliminado del concurso antes siquiera de que lo viese el jurado, de hecho). Sin embargo, lo bien que me lo pasé imaginando las caras de los profesores cuando llegasen al final no tiene precio.

5 comentarios:

Aighash y Moreloth dijo...

Y las Ramblas como imagen .__.U. Con esta imagen acabas de hacer q relacione el texto con Barcelona XD.
Me contaron lo de la censura. Aún sabiendo que no iba a ser de su agrado, creo que en caso de tener talento para la escritura, no me habría perdido la oportunidad de presentarlo (tal y como hiciste).

Que mafioso el tema, no? La Familia... Andrea, io voglio spaghetti! Giuliano! Me he enterado de que el domingo no fuiste a la iglesia... ¬¬.

En fin, paranoias mías dispuestas a ensuciar tu blog un poquito ^^.

(Aighash)

Aighash y Moreloth dijo...

Me olvidaba de decirlo (que despiste ¬¬):

Tus profesores son unos cerdos insensibles que deberían arder en la hoguera.

^^ mucho odio!

(Aighash)

Aighash y Moreloth dijo...

Genial. Maravilloso. Sublime. Para variar, tratándose de tus escritos, no? Una vez más has conseguido alcanzar la fibra sensible de un servidor. Trágico y precioso al tiempo. Sabes ya cuánto te admiro?
Respecto al asunto de los profesores... creo que tú y yo sabemos cuáles son, verdad? No está hecha la miel para la boca del asno y, si no son capaces de ver más allá de lo que debe antojárse en sus mentes simples como una anécdota morbosa, en realidad no merecieron leerlo.
Como súplica, como ruego personal... sigua así, Caballero.

Avius dijo...

Me alegro de que lo hayáis disfrutado... y si, no está hecha la miel para la boca del asno... pero pensaba que el gusto se podía entrenar y que dejarían que el arte fuese más allá de la política.

Me equivoqué XD aunque mi profesor de lengua (al menos delante de la clase; al parecer tambien participo en la censura) decia que era un relato "rompedor" y que iba a ganar.

Me da pena que se fijase sólo en el detalle hecho para molestar y tocar un poco las pelotas y no en lo importante de la historia, en el "te quiero". En la humilde opinión de vuestro escritor, la sexualidad no tiene tanta importancia como se le da.

Un saludo

Yanoll

Maku dijo...

Wola es el primer comentario que dejo en tu blog, te lo he visto en el subnick, y me he metido, esta es la primera entrada que he leido, de verdad que me parece preciosa la historia, yo tambien estube en un colegio religioso y comprendo la intolerancia que pueden llegar a tener profesores e incluso alumnos, y estoy de acuerdo contigo, la sexualidad no tiene tanta importancia como se le da, espero que a tus "profes" les molestara mucho el relato, yo tambien daba todas mis opiniones... y hasta llegaron a suspenderme!! son unos intolerantes...
En fin, que me lio mucho, que gracias por deleitarnos con tu historia, otro dia seguire leyendo las demas entradas.. adiosss y besitos!


~ MaKu ~